Las Bahias Bioluminiscentes son una Luz para la Resiliencia de Puerto Rico
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“Ay, que rico,” susurra Leonor Alicea.
Alicea no está bebiendo jugo de guayaba ni está comiendo crujientes tostones. En Puerto Rico, la frase no está necesariamente relacionada con el sabor; implica una sensación de dulzura o la belleza de lo que se tiene a la vista. En cambio, ella se está deleitando con la esencia de un árbol de manglar.
“Esto es simplemente…” Sus palabras flotan en el aire denso y húmedo mientras palmea el tronco del árbol, con lo que puedo inferir su reverencia por este lugar, Cabezas de San Juan, una reserva natural hogar de manglares, un arrecife de coral y una laguna bioluminiscente. Alicea, una bióloga marina e intérprete medioambiental de la organización no lucrativa Para La Naturaleza, les enseña a los visitantes sobre la historia e importancia de la reserva.
Particularmente desde el huracán María, que golpeó a Puerto Rico el 20 de septiembre de 2017, Alicea está dedicada a educar a las personas de todas las procedencias acerca del valor de escuchar a la naturaleza. “La naturaleza está tratando de enseñarnos cómo sobrevivir,” comenta. “La naturaleza está hablando y a veces no escuchamos lo que nos dice.”
“Los manglares luchan por nosotros,” comenta con cierto drama mientras caminamos por la reserva. Está haciendo alusión a las destrezas de supervivencia de los manglares. Estos pequeños arbustos logran desarrollarse en condiciones de mucho lodo y sal gracias a un sistema de filtrado que mantiene fuera la sal, así como un sistema radicular que sostiene al manglar en posición vertical; este entorno sería fatal para la mayoría de las otras plantas. Además, los “propágulos” tipo capullo de los manglares, que dejan caer al agua, pueden flotar solos hasta por casi un año, aún viables, en busca de su nuevo hogar óptimo. Una vez encuentran su lugar, crecerán hasta convertirse en nuevos manglares.
Pero los manglares no luchan solo para su beneficio, luchan en beneficio de todo el ecosistema. Los manglares rojos tienen una red de raíces que liberan bacterias al agua, proporcionando una vitamina crucial para una especie de dinoflagelados (Pyrodinium bahamense): un fitoplancton unicelular acuático que, cuando se agita, produce una bioluminiscencia resplandeciente, luz producida por reacciones químicas en los cuerpos de cosas vivientes, en la laguna vecina. Los dinoflagelados son minúsculos: de 200 a 300 de ellos podrían colocarse sobre la cabeza de un alfiler. La presencia de miles de millones de ellos crea un brillo azul-verdoso que se puede ver cuando uno pasa la mano por el agua.
En el Caribe, se encuentran algunas de estas bahías o lagunas bioluminiscentes que brillan durante todo el año: tres en Puerto Rico, una en St. Croix, una en Jamaica y una en las Islas Caimán. Que esta combinación de factores poco probables y sorprendentes se forme para crear un semillero perenne de una comunidad diversa: peces, moluscos, pájaros, insectos, reptiles y más, es extraordinario. Las bahías bioluminiscentes son muy poco estudiadas, comenta Michael Latz, un biólogo investigador del Instituto de Oceanografía Scripps de la Universidad de California en San Diego. Pero no deberían serlo.
“Son excelentes laboratorios naturales para observar la competencia de un ecosistema, el efecto de los nutrientes y el impacto de las condiciones ambientales,” comenta. “¿Por qué son tan exitosas? Es un misterio científico. No tenemos la respuesta completa.”
Inmersa en el misterio de las bahías bioluminiscentes está su extraordinaria resiliencia. El huracán María arrasó ambas Laguna Grande (la laguna bioluminiscente en Cabezas de San Juan) y Bahía Mosquito, en la pequeña isla cercana de Vieques. Pero la naturaleza es de resiliencia variada, al igual que las personas. Por ello, Bahía Mosquito y Laguna Grande respondieron de diferente forma al huracán María.
Para la afamada y turística Bahía Mosquito, cuyo nombre hace memoria al legendario barco pirata, “El Mosquito,” María fue devastador. Los fuertes vientos y lluvia sacaron el agua de la bahía, redujeron la salinidad del agua (un cambio desfavorable para P. bahamense) y diezmaron los manglares alrededor de la bahía. Luego, el agua se oscureció. Fue como si este pequeño ecosistema, al igual que la isla, estuviera experimento su propio apagón.
Hoy en día, la pequeña isla de Vieques sigue tambaleándose por las heridas sufridas hace un año, y sus residentes están agotados y cansados a pesar de vivir en lo que podría parecer el paraíso. Pero la bioluminiscencia de su bahía está recuperándose lentamente; podría decirse que más rápido que el sistema eléctrico de la isla. Un año más tarde, es posible que esté en un mejor estado ahora de lo que estaba antes de la tormenta. Por otra parte, Laguna Grande no está brillando mucho.
¿Qué pueden enseñarnos estos extraños y bellos fenómenos acerca de la dinámica de los ecosistemas tropicales y qué tan resilientes son? Los científicos siguen en la búsqueda de respuestas, pero algo es seguro: Es la adversidad la que da vida a la capacidad de la naturaleza para reparar y renovar.
“Bienvenidos a la ventana de mi oficina.”
En el punto más alto de Cabezas de San Juan se encuentra el faro más antiguo de Puerto Rico. Con 132 años de existir, es incluso más antiguo que el faro en el popular fuerte histórico del Viejo San Juan, El Morro.
El faro en Cabezas de San Juan, que se encuentra a 210 pies sobre el nivel del mar, tiene un generador. Entonces, después de María, Alicea y sus colegas trasladaron sus oficinas ahí para dirigir los esfuerzos de la comunidad, incluyendo la distribución de suministros como pañales, toallitas húmedas y pasta de dientes a 30 comunidades. El trabajo comunitario no fue cosa de una sola vez: Cabezas de San Juan sigue chequeando estos vecindarios cada tres a cuatro meses para ver cómo van. Las actividades que tienen lugar de manera colectiva en lo alto de este hermoso santuario convierten al faro en un tipo de oficina central para todo lo que Cabezas de San Juan representa.
“La oficina es la reserva,” me dice Alicea. “El faro es mi ventana.”
Ella se muestra igual de atrevida que delicada mientras nos da un recorrido por el lugar. “Vamos, tenemos compañía. ¡Compórtense!” le dice a un par de gallos de pelea que están afuera del faro; solo unos minutos después, está hablando de manera poética sobre el valor de la laguna de la reserva.
“La laguna es como un libro nuevo por leer,” comenta. “A veces tenemos bioluminiscencia cuando las condiciones supuestamente no son tan buenas para eso. Y a veces se tienen las condiciones, pero no hay bioluminiscencia.” Los biólogos esperan poder determinar cómo y por qué ocurren estas anomalías.
Alicea conoció la biología marina a través de historias contadas. Ella recuerda haber visto un libro cuando tenía 12 años en el que aparecía un “monstruo” (en realidad era una mantarraya) descansado cerca de un bosque de manglar. Un tiempo después, veía un programa de televisión llamado “El hombre de la Atlántida,” en el que una bióloga marina era uno de los protagonistas. Alicea se enamoró de la idea de retribuir a la naturaleza las riquezas que ella había recibido. “La naturaleza siempre nos está dando, y nosotros siempre estamos tomando”, dice. “A veces no pensamos en cómo podemos pagarle a la naturaleza por todas las cosas que nos da.”
Alicea dice que Laguna Grande tiene aproximadamente la misma cantidad de dinoflagelados flotando en sus aguas ahora que lo que tenía el año pasado antes del huracán, la mayoría de los manglares han resurgido y las condiciones son estables, pero la bioluminiscencia simplemente no es la misma. “No sabemos por qué no brilla.”
Pero Alicea no está preocupada. “Es una oportunidad para aprender,” expresa. “Es como una terapia de shock; a veces necesitamos una impresión como esta para reaccionar y actuar.”
Juan González Lagoa, profesor emérito en la Universidad de Puerto Rico, Mayagüez y el “padre de la bioluminiscencia,” dice que Puerto Rico está en el proceso de establecer un plan de conservación unificado para las tres bahías bioluminiscentes.
“Las bahías bioluminiscentes son muy sensibles,” comenta Lagoa. “Tenemos que cuidarlas muy bien.”
“Es una bella noche en Puerto Mosquito.”
Aunque Aristóteles fue el primero en describir la bioluminiscencia por escrito, no fue sino hasta finales del siglo XIX que el término comenzó a usarse con más frecuencia. Y no fue sino hasta mediados del siglo XX que científicos de Johns Hopkins University como W.D. McElroy, William Biggley y Howard Seliger (entre otros) identificaron un modelo de ecosistema exacto para la formación de proliferaciones de fitoplancton bioluminiscente en las aguas costeras. (Seliger, en particular, había estado obsesionado con la luz y las luciérnagas desde niño; posteriormente en su carrera, concibió experimentos relacionados con el color y la memoria humana junto con su trabajo sobre bioluminiscencia).
Su modelo esclareció los mecanismos de solo una bahía en particular: Bahía fosforescente en la reserva natural La Parguera de Puerto Rico, pero los científicos están de acuerdo en que en general, que hay una receta especial para hacer un entorno habitable para los dinoflagelados luminiscentes.
Primero, se necesita un bosque de manglar, la cantidad exacta de agua salada, un área de agua semiprotegida y un tipo particular de corriente que “atrape” a los dinoflagelados. Además de eso, algunas bahías bioluminiscentes tienen otras características distintivas. Por ejemplo, lo que hace a Laguna Grande especial es que está parcialmente protegida por el arrecife de coral, que actúa como un tipo de rompeolas. Eso es lo que la convierte en una laguna, y no una bahía. La bahía bioluminiscente de Jamaica es inusual porque un río de agua dulce fluye hacia esta. Como resultado, el agua de la bahía está estratificada, con agua dulce en la parte superior y agua salada del océano en la parte inferior. Los dinoflagelados simplemente evitan la capa superior de agua dulce. Para cada bahía, un cambio repentino en la precipitación, salinidad, temperatura, velocidad del tiempo o dirección del viento podría apagar las luces.
“Esa es una de las cosas de las bahías bioluminiscentes que es increíble: cuántas cosas deben estar sincronizadas,” explica Mark Martin-Bras, director de investigación del Fideicomiso de Conservación e Historia de Vieques. “Si se tiene la forma correcta y el tamaño correcto y el flujo correcto, solo hace su magia”.
Él utiliza la palabra “magia” por una razón: durante mucho tiempo ha existido una superstición relacionada a la bioluminiscencia, que “era uno de los efectos especiales del mundo,” comenta Martin-Bras. “Algunas personas la consideraban maligna, pues no lograban entenderla. Si mete sus manos al agua, vea, su mano se convierte en la mano de un mago.” Estando en la bahía Mosquito con Martin-Bras, me inclino sobre el borde del pequeño bote y meto mis manos en las oscuras y aterciopeladas profundidades. Los destellos azul-verdosos de los dinoflagelados emergen en una sorprendente danza que refleja el cielo nocturno mientras la brisa de la bahía nos envuelve. La sensación es tanto serena como sobrenatural, e incluso hechizante.
En la isla de Vieques, la ausencia de la contaminación luminosa posterior a María les dio a los conservacionistas como Martin la oportunidad de capturar la bioluminiscencia en la bahía con más facilidad. Él y sus colegas quieren introducir luces ámbar cubiertas que reemplazarán otras fuentes de luz caídas, y que estarán en ángulo opuesto a la bahía, de las áreas de tortugas marinas y otras regiones sensibles de flora y fauna nocturna.
“Las personas vienen a la bahía bioluminiscente y dicen cosas como: ‘Oh, esto es lindísimo, pero el cielo también es muy lindo… no sé hacia dónde ver’”, comenta Martin-Bras. “Es una combinación que [le] da una mejor perspectiva del mundo y el universo; desde el microscópico hasta el universal”.
Martin-Bras recuerda haber sentido algo parecido cuando tenía ocho años y su papá y su tío lo llevaron a ver la bahía. “Fue mágico,” dice.
Ahora, como director de investigación en la isla, Martin-Bras está enfocado en tomar nota de sus observaciones y tomar muestras detalladas del agua para determinar la temperatura, salinidad, turbidez, pH y más. En el transcurso de una hora más o menos, nos lleva a varios sitios en la bahía, incluyendo una estación de monitoreo en tiempo real equipada con telemetría que el Servicio Geológico de los Estados Unidos instaló en el 2014. Las muestras de 90 mililitros de cada sitio se mezclan con formaldehído, que mata y conserva el fitoplancton para que Martin-Bras y sus compañeros de equipo puedan contarlas, así como comparar varios aspectos de la calidad del agua con otras épocas.
El comportamiento y el tamaño de las proliferaciones de fitoplancton pueden decirles mucho a los científicos acerca de la condición de un ecosistema. Por ejemplo, una proliferación de fitoplancton tóxico cerca de una granja avícola podría sugerir que hay cierta actividad antropogénica (causada por humanos) en la bahía. O bien, cantidades inusuales de fitoplancton podrían ayudarnos a entender la relación entre la acidificación del océano y la biodiversidad.
La característica predominante de la bioluminiscencia a lo largo del año en las bahías costeras es que una especie de dinoflagelados, P. bahamense, es la que predomina. Ecológicamente hablando, dice Latz, esto es muy inusual, es como una regla que sigue siendo válida incluso después de alteraciones de gran escala como los huracanes.
Después de las tormentas, los biólogos y conservacionistas ven un aumento en las comunidades de fitoplancton basado en los niveles de clorofila. Pero ese aumento se debe a la proliferación repentina de otro fitoplancton y una disminución simultánea de P. bahamense. Después, el sistema se restaura a sí mismo hasta llegar al equilibrio; a las condiciones típicas en las que domina el P. bahamense.
“Es increíblemente interesante que este plancton unicelular microscópico y extremadamente delicado pueda dominar a niveles increíbles y mantenerse así,” comenta Martin-Bras. Los científicos no logran determinar aún por qué el P. bahamense es tan fundamental, ni por qué otro fitoplancton de crecimiento más rápido no logra superarlo.
Sin embargo, si hay un aumento en la frecuencia de tormentas, o si las tormentas se vuelven más intensas, factores que podrían verse influenciados por el cambio climático, eso podría llevar a la comunidad estable dominada por el P. bahamense, más allá del punto crítico.
“Entonces podría ocurrir un cambio en el régimen, en el que otros organismos se vuelvan dominantes y el ecosistema ya no se restaure,” comenta Latz. Los científicos no saben aún cuál es el punto crítico de las bahías bioluminiscentes; conocer la respuesta significaría ser testigos de la diferencia entre luz y oscuridad; entre resiliencia y muerte.
En esta noche en particular en Bahía Mosquito, al principio, el show de luces es un poco más modesto. El huracán Beryl, que se deterioró a tormenta tropical, había pasado recientemente.
Pero justo antes de llegar a la estación de monitoreo, el bote se detiene y el operador, Carlos, apaga el motor. Crestas de un radiante color plata-azulado nos rodean y las sombras de peces sábalo se deslizan debajo de la superficie del agua. “Cuando el viento sopla, se puede ver lo que sería espuma o movimiento transformarse en magia azul,” comenta Martin-Bras. Menciona también que probablemente hay cerca de 75,000 dinoflagelados por litro en el agua en este momento. A pesar de Beryl, esta esquina de la bahía brilla de forma increíble.
“Tenemos que aprender de la naturaleza.”
A medida que se hace más obvio que las bahías bioluminiscentes pudieran ser rayos de luz para los investigadores, muchos están presionando para que se hagan más estudios de cómo las afectan las tormentas intensas.
Latz y sus colegas tienen resultados no publicados que muestran la importancia de la dirección y la velocidad del viento como un factor ambiental que afecta a las bahías bioluminiscentes; estudios posteriores abordarán el impacto del huracán María. Uno de los estudios monitoreó Bahía Mosquito durante cuatro meses y determinó que, durante eventos de tormenta, si el viento cambiaba radicalmente, entonces la bahía veía cambios en las poblaciones de dinoflagelados, y, a su vez, en la bioluminiscencia. Además, este cambio se revertía en el plazo de una semana. En general, también, “el viento puede generar turbulencia, que se sabe que afecta el crecimiento de la población porque interfiere con el proceso de la división celular,” explica Latz.
En la isla de St. Croix (parte de las Islas Vírgenes de los Estados Unidos), hay otra bahía bioluminiscente que Latz estudió. Se llama Bahía de Salt River, y se formó después de que un proyecto fallido de un complejo hotelero fuera abandonado hace 60 años; en las décadas intermedias, lo que quedó de la marina artificial se transformó en una bahía bioluminiscente. En un estudio de seis meses en esta bahía, el equipo de Latz determinó que la velocidad del tiempo era un factor importante en regular la bioluminiscencia. Actualmente, la Bahía de Salt River está bien. De hecho, María lavó el sedimento de la entrada obstruida, lo que le dio un empuje a la bioluminiscencia. Resulta que, el sargaso, también afecta la bioluminiscencia y Laguna Grande ha estado lidiando con una situación desconcertante con el sargaso.
Aunque es difícil separar estos factores de otras medidas como la salinidad y la precipitación, los estudios representan un paso en la dirección correcta.
Los crecientes niveles del mar son una amenaza que los esfuerzos de conservación tal vez no logren resolver. Lagoa menciona que en Vieques, Bahía Mosquito se encuentra al lado de la Bahía Ferro, una bahía profunda con un patrón de circulación bastante sólido. “Con un aumento en los niveles del mar, posiblemente veamos cómo se conectan eventualmente,” opina Lagoa. Si eso sucede, Lagoa dice que el patrón de circulación en la bahía cambiará y que “ese será el fin. Eso lo sé.”
En cierta forma, la respuesta de las bahías bioluminiscentes al huracán María nos muestra que el problema de cambio climático no es solo el aumento de las temperaturas, es un problema de falta de linealidad, un problema de notar cuando la dirección de las cosas no es clara, pero la belleza es estable, constante. ¿Cómo nos unimos como equipo para mantener un hogar que está siempre cambiando, que siempre necesita reparaciones, cuando estamos fracturados y rotos nosotros mismos?
“Esa es la mano que nos repartieron,” suspira Martin-Bras, mientras ve hacia la bahía centelleante. “Que se puede ir por la vida sin ser una persona a la que le gusta la naturaleza. Que podría sacrificar esto.” Hace una pausa. “En lugar de ajustarnos a la vida, vi que solo estamos pisoteándola.”
De vuelta en Laguna Grande, Alicea coincide. “Las personas olvidan vivir con la naturaleza y no lejos de ella,” comenta. “Si destruimos tan solo una cosa en este punto, vamos a tener consecuencias en el otro lado de la isla. Todo está conectado.”
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